Recursos

Audio: La famosa canción «Raiders on the Storm» de The Doors, en versión del cuarteto portugués Corvos.

http://grooveshark.com/s/Raiders+On+The+Storm/1R8HKV?src=5

 

El otro día me sorprendió una repentina lluvia de primavera en un recorrido de unos veinte minutos por mi barrio. Evidentemente no llevaba el paraguas encima, así que tuve que tomar la decisión de desandar lo andado para volver a casa a por el preciado aparejo, o bien seguir adelante sin perder más tiempo. Las prisas y el retraso de mi cita no me dieron opción.

Así que me vi encapuchada en el abrigo (por suerte) y avanzando con rapidez sorteando los charcos y los tramos más resbaladizos de la acera.

 

De pronto recordé que hace muchos años, cuando llovía más a menudo en estas latitudes y un día de lluvia se recibía casi como una opción de ocio en la vida cotidiana (la rutina escolar a veces se hace un poco aburrida, y se agradece cualquier imprevisto), yo y casi todos los de mi tribu (mis compañeras de clase de EGB), éramos verdaderos expertos en la aventura de lograr recorrer el camino sin apenas mojarse. Con un instinto primario digno de estudiarse en un documental, sabíamos exactamente el mejor trayecto a tomar, dónde poner el pie, cuándo situarse debajo de balcones o galerías, y cuando mejor evitarlos para no sufrir goteos agresivos (todo lo contrario que cuando sí estábamos equipados con paraguas, pues escuchar el contrapunto de esas gotas enormes y ruidosas en contraste con la fina lluvia, era un reto que nos llevaba a competir con nosotros mismos en la búsqueda de un ritmo perfecto y excitante).

 

Recordé aquella capacidad infantil, porque ahora me encontraba torpe e inexperta, y dudaba sobre qué camino seguir mientras iba acumulando agua y más agua sobre mi ropa. Me pregunté cómo era posible el haber perdido esa sabiduría, sí, humilde y discreta si queréis, pero que me habría evitado ser víctima inocente del chaparrón.

 

Supongo que el paso de los años, la previsión del parte meteorológico y el acomodo del paraguas plegable, habitante perpetuo de mi bolso, me llevaron a dejar de lado ese instinto de supervivencia seca y a atrofiar mi intuición más primaria.

 

Sin embargo, mientras todo esto pasaba por mi cabeza, comencé a recuperar aquella corazonada de niña que me dirigía por el sendero seguro. Poco a poco supe encaminarme correctamente y logré evitar zonas de peligro inminente. Sí, conseguí desempolvar esa antigua sabiduría primigenia de instinto de protección de forma rápida y eficaz.

 

Esta breve reflexión, se me presentó como una metáfora de vida aplicable, al menos para mí, en muchas situaciones.

Me explico. Me refiero a aquellos momentos o circunstancias que se nos presentan como una dificultad, un conflicto o un problema que tenemos que resolver. La mayor parte de las veces, resulta ser un obstáculo que nos hace perder horas de sueño por pensamientos reiterativos y poco productivos, con un desarrollo cíclico que hace que continuamente estemos dándole vueltas a lo mismo, una y otra vez, sin que en muchas ocasiones podamos vislumbrar un final esperanzador o la luz al final del túnel. Son esos momentos desesperantes en los que nos sabes qué decisión tomar porque ninguna es perfecta, y vacilamos de una opción a otra sin poder sopesar pros y contras racionalmente, sino que nos basamos en sensaciones, hipótesis, miedos, y creencias sobre los demás que nos limitan y que incluso pueden ser consideraciones propias muy alejadas de la realidad.

Esa rueda destructiva un día detiene su movimiento. Todos sabemos que tarde o temprano acabará esta situación, sin embargo mientras estamos ahí, girando hacia un lado y hacia otro, no recordamos que quizás nos encontremos muy cerca de la salida.

Camino seco, camino seguro

La lluvia se me presentó como un problema, un conflicto paralizante y agresivo, pues si no ponía remedio pronto podía causarme el típico resfriado estacional o alguna dolencia peor, además del incómodo malestar de ir por ahí calada hasta los huesos.

Podría haber tomado diferentes decisiones: volver a casa a por el paraguas con la consiguiente pérdida de tiempo, comprar un paraguas en ese momento con la consiguiente pérdida de dinero, cancelar mi cita con la consecuente pérdida para mi vida profesional. Lejos de todo esto, apareció ante mí un farolillo luminoso que me alumbró desde la experiencia de mi niñez. Recuperé cuando lo necesité un conocimiento que tenía acumulado y que desconocía que poseía. En definitiva, utilicé un recurso propio ante la adversidad.

 

Sé que os presento un conflicto muy trivial, insignificante, pero que a mí me ha servido para darme cuenta de que en cualquier situación, por difícil o dolorosa que sea, estoy convencida de que todos guardamos algún recurso utilizable que nos puede ayudar a sobrellevar nuestro camino con todas sus cargas y ligerezas. Es como el cofre del tesoro de las historias de piratas. Puede que no dispongamos del mapa, que nos equivoquemos con el número de pasos a recorrer, que no localicemos correctamente la isla, etc. pero en ningún caso debemos abandonar la búsqueda de soluciones dentro de nosotros mismos. En nuestro interior tenemos nuestra intuición, nuestra experiencia basada en vivencias pasadas y muchísimas más capacidades que quizás desconocemos. Recuerda que siempre te tienes a ti mismo, y que como te conoces tú, no te conoce nadie. Confía en ti y en tus recursos. Si no te sirven para arreglar un problema completamente, seguro que al menos te darán una pista esperanzadora a seguir para salir del atolladero. No desperdicies tus recursos, del tipo que sean, porque todos tenemos un arsenal que es un tesoro.

2 comentarios sobre “Recursos

  1. Pues tienes mucha razón, en ocasiones nos dejamos llevar demasiado por lo que nos dictan desde fuera, por el «esto debe ser así», y no nos fiamos de lo que nuestro subconsciente nos dice. Yo últimamente lo he comprobado mucho con eso que llaman el instinto maternal, a veces no entiendes ni cómo ni por qué, pero hay momentos en los de, simplemente, sabes lo que hacer.

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